viernes, 1 de marzo de 2013

Caso Coca-Cola

La práctica de esta semana resulta tan compleja que es difícil resumirla en pocas palabras. No podemos decir que el tema sea “la obesidad”, dado que esta enfermedad solo es el punto de partida para exponer un consenso entre sociedad, sanidad e industria a la hora de combatir esta enfermedad propia de nuestros tiempos. Pero no es oro todo lo que reluce, porque ¿no es un tanto ideal que la industria alimentaria se ponga de acuerdo con las autoridades sanitarias? ¿Eso no resentiría las ventas de las industrias de comida claramente insalubre? Veámoslo con un caso concreto, el “Caso Coca-Cola”.


Tenemos, por un lado, la visión sanitaria del problema. El PAPPS (Programa de Actividades para la Prevención y Promoción de la Salud) informa de que en enero de este año 2013 la revista British Medical Journal ha publicado una revisión sistemática de la literatura y metaanálisis en el que se confirma una relación claramente directa entre el consumo de azúcar y el peso. Se señala también la relación entre la ingesta de bebidas azucaradas en niños y la posibilidad de tener sobrepeso u obesidad al cabo de un año.

Por otro lado, tenemos la visión de la industria, en este caso la empresa Coca-Cola, con dos anuncios muy bien elaborados pero controvertidos si se desglosan adecuadamente. Mientras que en el primer anuncio (en inglés) la empresa se responsabiliza de formar parte del problema de la obesidad en la sociedad actual y colabora reduciendo el azúcar en sus bebidas, en el segundo anuncio nos insinúan que no hay que hacer caso a todos los consejos de promoción de la salud que se ofrecen actualmente. Esta contradicción resulta, como poco, curiosa.

Finalmente, tenemos la visión social a través de un blog muy interesante llamado El Piscolabis (añadido en el margen de este blog a una lista de lecturas recomendadas). En una entrada referente a este caso Coca-Cola, el autor nos hace reflexionar cómo la empresa de bebidas se pone de parte de las autoridades sanitarias en un problema que podría costarle importantes pérdidas económicas, y nos recalca la habilidad de Coca-Cola para presentarse concienciada con el problema sin dejar de vendernos su producto.

Si queréis acceder al informe del PAPPS, los vídeos y el blog, podéis descargar un PDF con estos datos y enlaces aquí.

Como hicimos en el Caso Federica, os expongo un cuadro resumen de los aspectos positivos, negativos e interesantes que los compañeros hemos encontrado en los tres puntos de vista del caso Coca-Cola:

ASPECTOS +
ASPECTOS -
ASPECTOS INTERESANTES
►La industria es consciente del consumo excesivo de azúcar de la sociedad.

►Se lanzan bebidas con pocas calorías y con poco azúcar.

►Presión política: el alcalde de Nueva York quiere reducir la ingesta de azúcar en bebidas.

►Coca-Cola se adapta (o la adaptan) a las nuevas necesidades de sus consumidores en función del conocimiento que se tiene sobre la salud.

►Coca-Cola se incluye en el problema y se responsabiliza.

►Publicidad como educación para la salud.
►El consumo de azúcar se relaciona con muchos problemas de salud.

►Campañas publicitarias contradictorias de Coca-Cola: cuidar tu salud vs. no hacer caso a todo lo que te dicen.

►Nueva política de marketing para que las ventas no se resientan.

►Sanidad debería intervenir más en la educación para la salud.

►Segundo anuncio de Coca-Cola se ríe de la prevención.

►No implicación de la sociedad.

►Faltan estudios que determinen las cantidades perjudiciales de azúcar.
►El consumo de azúcar en bebidas no sacia igual que el consumo de azúcar sólido (azúcar y agua no sacian).

►En los anuncios de Coca-Cola no aparecen personas con obesidad.

►Integrar como sano un producto cuyo abuso es negativo para la salud.

►En última instancia es el consumidor el que decide lo que es mejor para su salud.

►Latas pequeñas de refresco para niños.

Llegados a este punto, ¿cómo solucionamos el problema? Esta vez mi idea se basa en un único punto, aunque muy amplio:
la educación para la salud. Habría que dar a la población unas nociones básicas de nutrición, explicándoles las necesidades calóricas diarias y enseñándoles a leer las etiquetas de los productos alimentarios. También sería interesante hablarles de las sustancias insalubres como los aditivos, colorantes, etc., de las comidas rápidas y/o preparadas. Finalmente, sería fundamental enseñar a la población a comer sano y a elaborar una dieta equilibrada.

La idea de la educación para la salud es compartida por todos los compañeros, pero hay un matiz muy importante aportado por Pilar Vázquez que es comenzar esa educación en la familia. Si los padres saben llevar una dieta equilibrada, enseñarán a sus hijos a hacerlo. No hay que olvidar la educación nutricional en la escuela y el ámbito sanitario, pero esta tarea se desempeña fundamentalmente en el ámbito familiar.

A continuación expongo las propuestas de otros compañeros que me han resultado más interesantes:
  • Inés Díaz propuso prohibir el consumo de bebidas azucaradas en el caso de los menores. Aunque puede resultar estricto, es una propuesta que se puede matizar; después de todo, la Ley Antitabaco ha resultado ser muy efectiva en nuestro país. ¿Porque el tabaco es más caro o porque los ciudadanos están verdaderamente concienciados del problema de salud que es el tabaco? Lo ideal sería lo segundo, pero la realidad es que lo más importante es dejar el hábito.
  • Celia Gómez señaló que la educación para la salud no es suficiente si no existe implicación de la sociedad.
  • Pilar Vázquez apostó por los Programas de Actividades para la Prevención y Promoción de la Salud. En su web (añadida en este blog a la lista de enlaces recomendados del margen) podemos encontrar recursos, actividades, campañas informativas, etc.
  • Ana Torregrosa nos recordó lo importante que es la modificación del hábito (en este caso malo) a la hora de una efectiva promoción de la salud. Es el paso más complicado, pero es imprescindible para mejorar la calidad de vida.
  • Manuel Serrano destacó la implicación de la política, que no debe doblegarse ante las grandes empresas. Sería interesante publicar los índices de azúcar en ciertos alimentos controvertidos (o amenazar con la publicación de esos índices) para obligar al cumplimiento de una normativa más saludable.


El debate que se deriva de esta práctica no tiene desperdicio, pero me gustaría resaltar especialmente la contradicción en los anuncios de Coca-Cola. Y no solo por las afirmaciones contrarias (como hemos comentado anteriormente), sino por el cinismo que supone vender una bebida azucarada en el contexto de una dieta equilibrada. En el primer anuncio se encubre más la intención de venta con el mensaje de “Puedes seguir tomando Coca-Cola sin azúcar en tu nueva dieta equilibrada”, pero en el segundo anuncio pasamos directamente a “No te calientes la cabeza con tantos consejos para la salud, y bebe Coca-Cola”. ¿Y por qué nos cuesta indignarnos con el segundo anuncio cuando esconde un mensaje tan malicioso? Al fin y al cabo, nos está incitando (aunque sea de manera indirecta) a ignorar la prevención y promoción de la salud. Pero tiene algo a su favor: es ingenioso. El espectador termina de ver el anuncio y piensa que es gracioso, y que el señor del anuncio tiene razón, que se dan muchos consejos para tener una dieta perfecta pero que es imposible cumplirlos todos.


Por motivos así se han establecido nuevas normativas respecto a la publicidad. Por ejemplo, que los rótulos pasen más despacio y con una letra más grande, para que al espectador le resulte más sencillo detectar las “trampas” de los anuncios. Pero por más que se intenta controlar que la publicidad no engañe a la población, este objetivo no se termina de conseguir. En parte se puede deber a la mala educación para la salud de los consumidores, que no tienen criterio suficiente para discriminar los productos sanos de los no tan sanos.


Pero es curioso que asociemos una mala dieta con una dieta fácil. ¿Realmente es difícil comer sano? En el caso de EEUU lo es, porque los productos propios de la dieta mediterránea son especialmente caros. Y con el índice de pobreza que existe en este país, se puede comprender que si una familia tiene poco dinero para gastarse en comida lo va a emplear en la comida más barata. En España, en cambio, es más barato comer sano que comer mal, porque al fin y al cabo somos productores de los alimentos que componen la envidiable dieta mediterránea. Sin embargo, en nuestro país no se come sano, y de hecho nos acercamos a las tasas de obesidad de EEUU. Los motivos de estas tendencias nutricionales tienen que ser, por descarte, socioculturales. Si el nivel sociocultural es bajo, la persona tiene demasiados problemas como para ponerse a pensar si una comida es mejor que otra; la comida preparada es más barata y no requiere el mismo tiempo de preparación que una comida elaborada, y si esa persona tiene un horario de trabajo asfixiante come lo que puede en el descanso para la comida. En cambio, en una familia más pudiente se puede tener contratada a una persona que cocine mientras el resto trabaja, de manera que cuando los trabajadores de la casa llegan se encuentran con la comida en la mesa.


En la misma línea tenemos una reminiscencia cultural muy asentada en nuestro país: la gordura como sinónimo de salud. Se trata de un concepto antiguo  propio de la gente que vivió la posguerra, cuando no había nada para comer; por tanto, si una persona estaba gorda era señal de que se alimentaba.


En conclusión, podríamos decir que a pesar de las estrategias de las empresas para vender más, el consumidor es el que tiene la última palabra. Una persona con una buena educación de la salud, aunque sea bombardeada por los anuncios más elaborados, será capaz de escoger los alimentos que toma en función de sus necesidades de energía; y si toma algún alimento que no sea muy saludable, sabrá que por una vez no pasa nada mientras no abuse. Una buena educación en salud eliminaría esas falsas creencias culturales, aunque es cierto, como comentaban Celia y Ana en esta práctica, que si la sociedad no se implica para cambiar los malos hábitos seguirá habiendo problemas de salud, por más información que se tenga de los problemas derivados de la mala alimentación. Y es que, como suele decirse, “del dicho al hecho hay mucho trecho”.


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