jueves, 31 de diciembre de 2015

La lección de Malumar

A finales de junio, cuando terminé mi contrato en LIRA, una paciente (de las más agradecidas que he conocido en mi breve experiencia) me regaló una maceta de Anturio. Como yo le pongo nombre a casi todas mis cosas, y siendo esta un ser vivo, decidí llamarla Malumar, haciendo un anagrama con el nombre y apellidos de esta paciente, para no olvidar que me la regaló ella.

Al principio me preocupó un poco la idea, porque mi casa tiene muy mala orientación solar para tener plantas, y me resultó muy traumática la agonía de mi primera planta, Mileena (si os gusta Mortal Kombat pillaréis el nombre), una planta carnívora que mi hermano me regaló porque me hacía muchísima ilusión. Además, he heredado la mano gafe de mi madre con las plantas.

Aun así era un regalo, y de una paciente, así que me propuse hacerme cargo de su crianza.


maceta de anturio
Algo así era Malumar en sus días mozos.
Anoté en mi agenda los días que me tocaba regarla para no pasar por alto ni una sola de sus "tomas". Me preocupé de moverla de una habitación a otra según la hora del día, para que el verano sevillano no la achicharrase. Le echaba aspirinas en el agua de riego, confiando en que eso le alimentaba de alguna manera. Le rociaba las hojitas y las flores con agua para refrescarla. Le hablaba para que supiera que me encantaba que fuese mi planta (sí, estoy así de ida).

A pesar de mis cuidados, Malumar empezó a morirse.

Sus brillantes hojas se tornaron marrones, sus firmes inflorescencias se reblandecieron, toda ella se cifosó hacia el suelo.

A pesar de ello, la seguí cuidando. Pero Malumar no remontaba. Cada vez estaba más marchita, blanda, débil...Busqué si se podía hacer algo por ella, pero poca cosa encontré.

Me propusieron echarle lejía para acabar con su sufrimiento. Y a pesar de ser una planta, me parecía cruel matarla. Así que decidí dejar de cuidarla. Dejarla morir, sin más. No me sentía orgullosa de ello, pero no sabía qué más hacer por ella. Dejé de regarla, de cambiarla de habitación, de rociarle las hojitas, de hablarle. La dejé emplazada en la terraza de forma perenne.

Y Malumar no se terminaba de morir.

La miraba de reojo al colgar algo en el tendedero, avergonzada por mi decisión de abandonarla, con la esperanza de que su final llegase pronto. Porque su aspecto no invitaba a pensar otra cosa.

Y ahí seguía Malumar. Más muerta que viva, pero aguantando.

Semanas después, me comentó mi madre, un día: "¿Sabes que a la planta le ha salido una flor nueva?".

Corrí hacia la terraza, incrédula. Efectivamente, un brote rojizo de esperanza entre sus hermanos derrotados y las hojas mustias. Pregunté cómo era posible.

"Ella...", refiriéndose a la mujer que nos ayuda en casa, "...la siguió regando, a pesar de que tú dejaste de hacerlo".

Entonces pensé en toda la mierda (porque creo que "problema" es demasiado eufemístico) que llevo acumulada desde 2013, en ese infierno que este 2015 se ha llegado a intensificar hasta cotas inimaginables. Y con vergüenza, pensé:

Y que esta lección me la haya tenido que dar una planta...

Obviamente, he retomado sus cuidados. Y la próxima vez que enferme, no pienso tirar la toalla, porque sé que es una chica dura.

Tenía ganas de compartir esta anécdota con vosotros, y creo que fin de año es el mejor momento. Quizás no os llegue el mensaje de Malumar como a mí me llegó, y no me extrañaría, porque al fin y al cabo vivo las cosas de una manera muy intensa, y conecto ideas muy lejanas a través de puentes enrevesados.

Malumar y yo queremos deciros que, si este 2015 os habéis sentido desbordados, no os preocupéis. Porque ninguno imaginamos nunca lo fuertes que podemos llegar a ser. No os agobiéis con los proyectos que no habéis terminado a día de hoy, podéis retomarlos mañana, 1 de enero de 2016, porque afortunadamente el tiempo es continuo y el "demasiado tarde" es menos frecuente de lo que pensamos. Os pedimos que hagáis balance de los buenos momentos, esos que no se planean, ni son perfectos, pero hacen que un día merezca la pena. Os deseamos que esos momentos, más frecuentes de lo que parece (sólo hay sacarlos del fondo de la cesta de manzanas podridas) se conviertan en el combustible para que el nuevo año os traiga nuevos y difíciles desafíos que, sin duda, superaréis.

Y nunca, nunca, dejéis de regaros. Los demás pueden hacerlo de vez en cuando, sí, pero que nunca os falte vuestra propia agua.

Un gran abrazo para todos los fisioterapeutas de Twitter que sigo, que he desvirtualizado, que me han ayudado, y que he tenido la oportunidad de conocer mejor este año. Gracias por compartir vuestro conocimiento con esta ameba con gafas.

La autora del blog con Mickey Mouse de peluche



2 comentarios:

  1. Vivan esas plantas! Yo tengo una que me acompaña en la consulta desde hace 22 años. No se muere nunca la jodida, aunque la tenga en seco todas las vacaciones, y yo... no voy a ser menos! Se puede aprender del lugar más insospechado.

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    1. Nunca he sido muy fan de las plantas hasta Malumar...Y eso que me gustan los amigos silenciosos xD Espero que Malumar también dure mucho tiempo.

      Tienes razón, se aprende de donde menos lo esperas...Por eso me encanta fijarme en los detalles microscópicos.

      ¡Muchas gracias por leer! ^^

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